Preocuparse por la pureza de sangre era una costumbre remota. En el caso novohispano, puede rastrearse desde su origen en el imperio español. Este rasgo se usó como argumento cuando los privilegios y mecanismos de la herencia regularon el acceso a puestos políticos, el ejercicio de oficios, los derechos a usar signos de distinción y una larga serie de prerrogativas para los peninsulares y descalificaciones para quienes no lo eran. Ser “español puro” tenía ventajas económicas y de posición social de privilegio frente al resto de la población.

Pero con el paso del tiempo, sin desaparecer las líneas de distinción, se fueron afinando los mecanismos de separación social. Criollos y peninsulares pelearon desde el siglo XVI hasta el levantamiento insurgente, por el acceso a profesiones, y puestos públicos. Aun así, todos se decían españoles. El historiador Silvio Zavala explicó que para los tiempos que tocó vivir a Morelos la “calificación de españoles no tenía en aquellos tiempos una connotación racial, sino más bien política y por tanto podía aplicarse a todos los súbditos del rey de España, incluyendo a la gente de las posesiones ultramarinas que habían tomado el rango de partes integrantes del imperio. La distinción más usual era entre europeos y americanos y en el lenguaje usual se multiplicaban las subdivisiones [...] con sus innumerables variaciones regionales”.

Tema 1. Los primeros años

Tema 2. La geografía de la guerra: 1810-1815

Tema 3. Protagonistas de la insurgencia

Tema 4. El espacio de la democracia católica: geografía política de una utopía

Tema 5. La jornada de un jefe insurgente

Tema 6. Captura, juicio y muerte